lunes, junio 05, 2006

Carta al presidente

Señor presidente:

Hace 183 años, en un instante mágico de nuestra historia, un grupo de lanceros encabezados por Rondón, consiguió lo imposible: abrir el camino para la derrota de la mayor potencia militar del mundo. Aparte de la habilidad y la sorpresa, sus caballos fueron espoleados por jinetes que llevaban en sus corazones una patria a punto de nacer.

Muchos años después, señor presidente, sus herederos se han convertido en una casta militar que cubre de vergüenza su legado. Los ejemplos se suceden uno tras otro, tantos, que sumados conforman una multitud. La codicia y el poder desmedido los están convirtiendo en una quintacolumna contra la democracia.

Jamundí no es sino el último de sus crímenes. Guatarilla, uno cercano, Apartadó y Cajamarca, otros más, y Mapiripán, uno de los pocos que quebró la impunidad por cuenta de los organismos internacionales. ¿Es así como vamos a ganar la guerra, señor presidente?

Una guerra muchas veces de papel, como la del campesino sacado de su casa en mitad de la noche por militares para luego, dos días después, ser presentado su cadáver como guerrillero caído en combate. Van 140 casos de estas victorias amañadas, denunciadas por los organismos internacionales.

Claro que esto no es de ahora, señor Presidente, viene de mucho tiempo atrás, de tanto tiempo que la memoria no alcanza para recordar. Desde la desaparición en 1977, de la bacterióloga Omaira Montoya en Barranquilla, que inaugura el método moderno de la guerra sucia, pasando por el Estatuto de Seguridad de Turbay, hasta el Jamundí de hoy, miembros de las fuerzas armadas tienen sitiado el país.

Pero poco les importa pues tienen su propia justicia que los absuelve. ¿Cuántos condenados hay, señor presidente, por las torturas cometidas en las caballerizas de Usaquén, por las desapariciones, por los genocidios, por tanto dolor que han causado? Sobran los dedos de la mano para contarlos.

¿Jamundí es la gota que rebasó el vaso? Reconforta ver un fiscal cumplidor de su deber que lo arriesga todo por descubrir la infamia. El país sabe, incluido usted, señor presidente, que si este genocidio es castigado con todo el rigor de la ley, quizá, tan solo quizá, se vea una luz de esperanza.

Pero este es sólo el primer paso. De usted depende, señor presidente, que no sea el último. Usted nos ha dicho y lo viene repitiendo desde hace 4 años, que le quiere ganar la partida a la subversión y por eso le pidió a los colombianos que le dieron otros 4 años de plazo para lograrlo.

Siete millones de colombianos, como nunca había pasado, confiaron en sus palabras y le dieron un mandato claro. Pero las guerras no las ganan los cañones ni los fusiles, sino los hombres que los manejan. No lo olvide, señor presidente, ahí está el meollo del asunto.

Cada abuso, cada tropelía, cada crimen impune, cada desaparición forzada, nos aleja de la paz, y digo de la paz, porque esa es la victoria que buscamos, ¿o no, señor presidente? Cada vez que se olvida que la ley es la que gobierna las armas, nos estamos volviendo tan matones como los que decimos combatir.

La suerte del país está en sus manos, señor presidente, y aunque no llame al optimismo su gestión por muchos de los que están encaramados al tren de su victoria, no nos queda sino desearle que le vaya bien y que Jamundí sea el último de los crímenes de las pandillas uniformadas que se creen dueñas de la patria de todos.

A su lado, señor presidente, junto a los pillos que ha permitido que invadan su casa, también hay gente honesta y valiosa. Cuente con ellos, siga sus consejos, refrene sus ímpetus, y por sobre todo piense que, a pesar de su mesianismo y nuestras frustraciones, existe un país que desea la paz.

tomado de Equinoxio

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